martes, 3 de agosto de 2010

Sobre la prohibición taurina en Catalunya


Uno de los asuntos que ha levantado más polvareda y ampollas recientemente ha sido la prohibición de las corridas de toros en Catalunya, una cuestión que ha vuelto a engrasar la maquinaria nacionalista española, conducida a velocidad de vértigo la hipocresía y la irracionalidad. He aquí algunas consideraciones para desarmar el frágil discurso de los protaurinos y demás nacionalistas españoles que se han tirado al tren de la catalanofobia. En primer lugar, una aclaración crucial: la iniciativa de prohibición no surge ni de Catalunya, ni del Gobierno catalán ni de su Parlamento ni tan siquiera de un partido o asociación catalanista o independentista sino de una plataforma en defensa de los derechos de los animales vehiculada a través de la iniciativa legislativa popular (ILP). Posteriormente, fueron los políticos catalanes los que, según las reglas de este mecanismo de participación del pueblo, tuvieron que admitirla a trámite y, finalmente, votarla (en el caso del PSC se dio, además, libertad de voto dentro del propio partido). De la votación democrática resultante, fruto de la lógica representatividad política de cada fuerza, se aprobó la prohibición de las corridas de toros en Catalunya a partir de enero de 2012. Repito, no fue el president Montilla ni ningún otro miembro de su ejecutivo o de alguna otra fuerza política catalana el que se levantó un día por la mañana inspirado por un conato antiespañolista y decidió suprimir la corrida por ser un símbolo nacional español. Fue una plataforma a favor de los derechos de los animales, cuyo objetivo era condenar el sufrimiento animal y acabar con una lucha sangrienta, desigual y cobarde (lo realmente valiente sería ponerse delante de un toro sin más armas que las propias manos).

Aclarado este primer punto y, por tanto, totalmente desmantelado el argumento según el cual esta prohibición es consecuencia directa de la obsesión antiespañola del gobierno catalán, abordamos un segundo punto relacionado con éste. Dado que la plataforma responsable de la recogida de firmas no estaba ni está propulsada por ningún motor ideológico (y mucho menos por una postura independentista), al final lo que se pone de manifiesto es que los únicos que han convertido el debate en un tema identitario han sido los partidos contrarios a su prohibición, es decir, el PP y Ciutadans, así como los protaurinos.

Vayamos a la raíz y retrocedamos hasta el principio para ver hasta qué punto el PP utiliza la doble moral en el tema de la supuesta politización. En primer lugar, el hecho de que se establecieran las corridas de toros como fiesta nacional no fue una decisión fruto de ningún consenso, referéndum o debate, por lo tanto, fue una imposición pura y dura. Y el primero en politizarlas fue Franco, que las convirtió en símbolo nacional de un régimen antidemocrático, oscuro y autárquico, y al mismo tiempo como propaganda turística que con los años dejó la categoría de tradición para adquirir el rango de tópico y consolidarse como realidad para el exterior (las crónicas internacionales sobre la prohibición no han hecho más que corroborar que muchos países se habían quedado encasillados/enquistados en el estereotipo sol/paella/toros/fiesta que tanto se había esforzado en promover el franquismo, de ahí su sorpresa e incomprensión ante la prohibición). Algunos dirán en vano que Catalunya ha gozado también de una larga tradición taurina pero la verdad es que desde 2004 se declaró ciudad antitaurina y que hace ya algunos años que sólo se mantenía activa una plaza, la Monumental. Y que algo sea una tradición no significa que sea bueno por naturaleza ni que se tenga que seguir manteniendo: hay lugares en el mundo en los que la ablación o el burka son tradición.

Respecto a las absurdas críticas de politización, también es muy oportuno recalcar que en Canarias se prohibieron las corridas en 1991 y que entonces nadie dijo que los canarios fueran separatistas ni nada por el estilo (aunque también es verdad que el Parlamento canario blindó las luchas entre gallos). Lo más surrealista del caso es que la aprobación contó con el respaldo del PP, que ahora, en un ejercicio de amnesia, ha interpretado el papel contrario en el caso de la iniciativa presentada en el Parlament catalán. La vieja y enfermiza táctica de la catalanofobia con réditos electorales.

¿El Parlamento catalán debería prohibir los correbous? Yo también me sumaría a ello porque el animal también sufre (aunque mucho menos) pero es que éste no era el tema sometido a votación. La plataforma pedía la supresión de las corridas de toros, no de los correbous, por lo tanto cualquier mención a los correbous está fuera de lugar (y parece el típico recurso infantil para desviar la atención: ‘mira señorita, el otro hace aquello’).

También se ha inmiscuido en el debate una falsa apología de la libertad y una condena enérgica de las prohibiciones, lo del prohibido prohibir que dijo Rajoy. De nuevo, la demagogia, el oportunismo y la confusión intencionada. La libertad no significa carta blanca para hacer lo que a uno le apetezca sino que tiene límites y debe ser usada en un contexto de racionalidad y sensatez. Si, como exclaman algunos, no se debería prohibir nada, ¿entonces por qué no volvemos a instaurar la quema de brujas o los espectáculos de leones y cristianos? ¿Por qué no permitimos la lapidación o el asesinato o permitimos circular a 220km por hora? Porque hay leyes y bienes jurídicos que proteger, en el caso del toro la vida del animal y porque a medida que la sociedad avanza la normativa también lo hace, en aras siempre del respeto, la racionalidad y el interés común, valores fruto del sistema democrático que ha costado tanto de conseguir (pese a sus imperfecciones y a que mal convive con un sistema económico nada democrática como el capitalismo, pero esto es harina de otro costal). Permitirlo todo (teniendo en cuenta que la libertad de alguien acaba donde empieza la de otro) nos llevaría, no a la libertad, sino a la anarquía, es decir,  al puro caos.

El único punto por el que cojea la prohibición y la que realmente debería suscitar un debate profundo es sobre la representatividad de la ILP. Es verdad que las 180.000 firmas para pedir la prohibición de la fiesta taurina no representan la totalidad de la ciudadanía catalana pero no es menos cierto que hasta ahora nadie se había quejado de este mecanismo de participación popular. Si tan mal les parecía a algunos, ¿por qué no buscaban antes los recursos para cuestionar su legitimidad? Hacerlo después de la prohibición es un lamento oportunista y demagogo. Seguramente sería más justo que el número mínimo de firmas para que tire adelante fuera más elevado pero con unos límites razonables puesto que, por ejemplo, exigir un mínimo de un millón
supondría coartar la participación popular en la toma de decisiones, cosa que causaria un perjuicio fatal a modo de efecto dominó: fortalecería todavía más la potestad y el margen de actuación de los políticos, haría aumentar la distancia (y la desconfianza) entre poder y ciudadanos y la democracía se debilitaría.

Para terminar, dos preguntas incómodas al aire: ¿por qué el PP, que tanto se ha obsesionado en recomendar que se acate la sentencia del Estatut, ha tardado sólo en día en anunciar que intentará torpedear la prohibición mediante una propuesta de protección de la fiesta taurina en el Congreso?

¿Y por qué el PP, partidario a ultranza del derecho a la vida en el caso del aborto y la eutanasia, no aprecia ese mismo derecho en un toro, que al fin y al cabo es un ser vivo igual que el hombre? ¿Es que está convencido de la falsa jerarquía de especies?

Como broche final a mi argumentación, un matiz sutil pero profundamente revelador y sintomático: mientras que la fiesta nacional española son las corridas de toros, la fiesta nacional de Catalunya es Sant Jordi, es decir, las rosas y los libros. O sea, un espectáculo basado en la sangre, el morbo, la violencia y la irracionalidad ante un evento cívico, pacífico, elegante, romántico e intelectual. Diferentes maneras de concebir la cultura y lo lúdico.


PD: Dos breves apuntes finales a modo de cita:
"Siempre me han aburrido y repugnado las corridas de toros" (Miguel de Unamuno)

"La fiesta nacional es la exaltación máxima de la agresividad humana" (Félix Rodríguez de la Fuente)