miércoles, 4 de agosto de 2010

Sobre la falsa persecución del castellano en las aulas catalanas

Cierto lenguaje político (Publicado en La Vanguardia el 26-9-2009)
Hace unas semanas, el ex presidente José María Aznar habló en televisión sobre la enseñanza del castellano en Catalunya, subiéndose, sin rubor ni vergüenza alguna, al carro de los que habitualmente pregonan su desaparición de la sociedad catalana; de los que a fuerza de repetir una mentira intentan convertirla en verdad. Una verdad que las buenas gentes de España aceptan como dogma por venir de quien viene y por no tener conocimiento directo de la situación real que se vive en Catalunya.
Durante 43 años -en tres escuelas muy distintas- he ejercido mi vocación docente usando, indistintamente, las lenguas castellana, catalana e inglesa. Hermosas lenguas que usted, señor Aznar, conoce y utiliza en su intensa vida pública, aunque tocante al catalán confiese restringir su uso a la intimidad. Pues bien, lo que la sociedad catalana quiere y necesita es no sólo no prescindir del conocimiento del castellano, sino también enriquecerse con otros idiomas -inglés, en primer lugar-, que le abran las puertas a un mundo cada vez más globalizado. Empezando, naturalmente, por el catalán como lengua propia y vehicular de uso social; la entrañable lengua que aprendimos en el regazo de nuestras madres y usamos habitualmente. Señor Aznar, ¿cómo puede usted concluir que los padres tendrán que mandar a sus hijos fuera de Catalunya para aprender castellano tras la supresión de una hora semanal en las escuelas? ¿No se ha detenido a pensar que castellano y catalán son lenguas hermanas con analogías gramaticales y sintácticas que facilitan su aprendizaje? ¿No cree que el predominio de la prensa, radio, televisión y el abundante uso social del idioma castellano sean recursos poderosos que hacen innecesaria la tan cacareada tercera hora? ¿No sería bueno que para vertebrar España de una vez para siempre, todas las comunidades asimilaran bien la pluralidad de España como nación de naciones, aprendiendo incluso en la escuela algunos conocimientos básicos de sus distintos idiomas? ¿Por qué la FAES que usted dirige no intenta ocuparse de esta noble tarea que, de verdad, contribuiría a un entendimiento pacífico y amoroso entre todos los españoles?
Estoy convencido de que en lo más hondo de sus íntimos pensamientos, los políticos saben cuánta mentira se fabrica en torno a este tea. Pero también intuyo que palpan la cantidad de votos electorales que las gentes de buena fe les proporcionan gracias a esas mentiras. Y lo que más pena causa es que son incapaces de salir del lodazal en que andan metidos. Los ciudadanos no acertamos a comprender la cantidad de magia, el poder de seducción que deben tener las poltronas políticas para dar a entender que, hasta a la mentira pretendan darle un uso legítimo.¡Qué lejos aquellos tiempos en los que los educadores, en la pizarra de la escuela, escribíamos como máxima del día: "¡La mentira es el lenguaje de los cobardes!".
FRANCISCO TERÉS LLORENS (Barcelona)