martes, 3 de agosto de 2010

Politización de la selección española

Sabemos que el fútbol es una terapia para exteriorizar o compensar sentimientos negativos de otras áreas vitales, que la boca va más deprisa que el cerebro y que apela a lo más primitivo e irracional del ser humano. Es el opio del pueblo, como fue la religión en un pasado no tan remoto, pero hagamos el esfuerzo de empatizar con el otro y de analizar el asunto de una manera más profunda y fría. Que si la furia roja, que si ser español es una responsabilidad, que si banderas con toros y águilas, las primeras personas del plural en los informativos de Antena 3, los periodistas de Cuatro enfundados en su zamarra roja, el fanático Tomás Roncero con la banderita pintada en los mofletes... Vaya por delante que los sentimientos son personales y respetables (dentro del límite de la ofensa al otro) y que simpatizar con la selección española no equivale automáticamente a ser fascista. Pero vale decir que bajo esta defensa de la selección se esconden ciertas actitudes poco o nada coherentes. Porque lo que precisamente enaltecen desde su bando, son lo que después censuran y desprecian con la misma intensidad. Hablo de cuando critican el carácter catalanista del Barça, un rasgo tan azaroso como comprensible dentro de un contexto histórico muy concreto (fue el símbolo escogido espontáneamente para aglutinar el sentimiento catalán en una época de represión), y luego no tienen ningún pudor en gritar con todo el alma ¡Viva España! sin darse cuenta del deje nacionalista que esta expresión arrastra (me gustaría saber a qué tipo de España vitorean y si esta expresión es compatible con el respeto de las distintas sensibilidades peninsulares). Porque sí, el nacionalismo español existe, y en grandes dosis, es ése que quiere una sola cultura, una lengua, unas tradiciones y una forma de pensar monolítica y se basa en el rechazo a las diferencias, particularidades o diversas sensibilidades que hay dentro del territorio por considerarlas una amenaza en lugar de una riqueza.

Alentados por ciertos medios de comunicación de dudosa objetividad, la Eurocopa del 2008 y el Mundial del 2010 han servido para poner de manifiesto que sólo existe un único patriotismo en mayúsculas, que además parece ser el único válido y obligatorio. Así como vociferan respeto por los culés de fuera de Catalunya, también deberían tener respeto por los que no nos identificamos con la selección española. Parece que es de locos o de mala persona o incluso de criminal el hecho de que alguien que sea español (ser no es sentir) no anime la selección española, y en cambio apoye los “regionalismos cutres” como decía un descerebrado lector de Marca en su polémico foro. En la Eurocopa alguien preguntó a Puigcercós y a otro diputado vasco (pregunta fuera de lugar, mal intencionada y buscando polémica) sus preferencias en la competición y su respuesta fue diferente de la línea oficial. José Antonio Abellán, que se hace llamar periodista de la Cope (¿qué país serio tiene una iglesia detrás de un medio de comunicación?) los catalogó literalmente de “imbéciles y gilipollas”, y aún tuvo el cinismo de decir que no se trataba de una descalificación sino de una calificación y que no les tiraría algo contundente por no hacerles daño pero sí les arrojaría un huevo. Y ningún medio nacional reprendió estos insultos, pasándolos por alto (ocultan lo que no les interesa al igual que ocultaron totalmente los incidentes que hubo en Barcelona después de la celebración del Mundial y que incluyeron detenidos, heridos, destrozo e mobiliario urbano, insultos a Catalunya y quema de banderas catalanas en Hostafrancs pero claro, sólo interesa mostrar la quema de banderas cuando la hacen una minoría exaltada en Girona con motivo de la presencia del Rey) o con una indiferencia que bien pudiera equivaler a normalidad. Quién cuestiona la sacrosanta unidad de España o cualquiera de sus símbolos o manifestaciones, es automáticamente condenado y reprobado y se da carta blanca y manga ancha a quién quiera insultar a esa persona.

En resumen, el patriota catalán es mal visto y tildado de separatista, radical, polaco o nazionalista mientras que el español es sensato, integrador e impositivo; el nacionalismo que algunos reprochan al Barça o a la selección catalana es el mismo (o peor) que ellos exhiben con todo su esplendor cuando animan a su selección, y encima no admiten discrepancia. Que no vuelvan a quejarse de que se mezcla política con deporte cuando ellos son los primeros en hacerlo, que no cometan el error de priorizar nacionalismos y menospreciar el ajeno y considerar razonable e inevitable el suyo, que no insulten las selecciones autonómicas (el hecho de no ser oficiales no les convierte en menos legítimas), que dejen de criticar la paja en el ojo ajeno y reconozcan la viga en el suyo y, sobretodo, que recapaciten. Por sentido común, por educación, por coherencia, por empatía y para la pluralidad. Si es que todavía hay alguien suficientemente ingenuo como para creer que estos rasgos se puedan asociar a esta clase de gente.